General Forlán.

No fue un buen partido. El primer tiempo, bajo control absoluto del Espanyol, dejó más sombras que luces. El Atleti, completamente maniatado e incapaz de elaborar juego, pronto se vio jugando con diez por la justísima expulsión de Perea; sin embargo, aún todavía no se entiende porqué le expulsa sin pitar falta. Poco después, penalti de Pernía, gol del Espanyol, y a los dos minutos centro perfecto de cabeza peinando hacia atrás de Raúl García y dos cero para los "periquitos" ¿mala suerte? ¿justo? Que más dará, es fútbol.

Como fútbol también es la capacidad que tiene un solo jugador para cambiar un partido. Comenzó el segundo tiempo y Forlán decidió que él vale por tres, poniendo enseguida al Atleti en el camino para la, una vez más, épica remontada. Latigazo desde fuera del área que entró como un spútnik en la portería del Espanyol, y toque de arrebato: no hay prisioneros.

Sangre y fuego, diría el centurión. Kun se peleaba, Simao encaraba, Forlán hacía de todo menos de masajista. El Atleti acorraló al Espanyol de la única manera que podía hacerlo: con coraje, con corazón, con orgullo. Inmediatamente el empate subió al marcador, al rematar el Kun bajo palos un centro-chut raso de Pernía.

No hay dolor. El Atleti seguía, el Espanyol daba por bueno el empate y aseguraba su meta. La buena defensa españolista no permitía que las embestidas atléticas terminaran felizmente. Pero estaba decidido: hoy no saldrían del campo con pitos, hoy no habría reproches. Hoy los jugadores, derrotados o victoriosos, lo darían todo.

Y lo dieron. En el minuto noventa y dos, pase de Simao entre líneas, al hueco, que deja solo a Forlán delante del portero para finalizar el partido. Tres a dos, con casta, con raza y con Forlán de general.