viernes, 2 de mayo de 2008

"Fechas, Glóbulos, Nuevos Tiempos"

"Dedicado a Carlos Fuentes, cuyo cuento, que me he permitido transcribir sin su licencia, hizo que abriera este blog"

Parte IV

El día 20 de Septiembre de 2010, domingo soleado de cielo azul de Madrid, empezaba la liga municipal de fútbol aficionado. Como todos los años, equipos de treintañeros fondones, viejas glorias futbolísticas y jóvenes impetuosos iniciaban una liga destinada a mantener a los jugadores en forma, a alejarles de sus mujeres durante un rato, a juntar a los amigos, a dar una excusa para tomar cañas luego sin sentimiento de culpa, a aliviar resacas. Como todos los años, plantillas con equipaciones de oferta de las tiendas del barrio coincidían en el campo de fútbol de la Chopera, en el corazón del Retiro.

No obstante, ese año algo había cambiado. Entre las sonrisas generalizadas, un equipo no sonreía. Los jugadores tenían las caras serias de los que se juegan algo importante. No estaban allí para sudar la paella del día anterior, ni para tener una excusa para ver a sus amigos. Tenían una misión que les ilusionaba y les pesaba. El equipo había nacido la primavera anterior, en un bar irlandés del centro de Madrid, en el seno de una reunión de amigos. La misión había sido definida en ese mismo sitio, ese mismo día, aunque se preparaba desde hacía meses. El equipo vestía camiseta de rayas rojas y blancas, pantalón azul y medias rojas con la vuelta blanca.

Unos meses antes, a finales del mes de Mayo de 2010, el Club Atlético de Madrid anunciaba oficialmente su desaparición. Las deudas que arrastraba desde hacía unos años impedían su viabilidad económica, a pesar de la venta del estadio, su único patrimonio. Los auditores habían revelado que el estadio había sido vendido mucho antes a un entramado de empresas fantasma con sede en diferentes paraísos fiscales. Cuando se vendió definitivamente al Ayuntamiento de Madrid, el club ya no era el propietario y no tenían nada que ofrecer a sus acreedores. Los nuevos dueños, empresarios del sector inmobiliario, habían acelerado la demolición del campo, que voló por los aires un día de agosto de ese mismo año para evitar disturbios, aprovechando la ciudad desierta. El día que el Calderón se convirtió en un solar, según el periódico local, unos tres mil quinientos seguidores vestidos con los colores del club habían asistido, impotentes y rabiosos, al sacrilegio.

Un mes y medio antes, algunos de los que asistían a la voladura habían creado otro club de fútbol, al que llamaron Atlético de Madrid 1903, Club de Socios. Surgió como un delirio tras varias pintas de cerveza negra, pero iba tomando forma. Se inscribiría en una liga local para ir subiendo posiciones en las divisiones federativas. Si todo iba bien subirían una categoría por año, y en siete o a lo sumo diez podrían estar pensando en un ascenso a segunda división. Ya había algún precedente, no tendría por qué no funcionar. No tenían dinero, ni jugadores ni fondo físico, pero tenían fe, y ganas, y rabia. Dos cosas se prometieron: la primera, jugar con botas negras, sin marcas, en señal de duelo; la segunda, en caso de ganar el campeonato no lo celebrarían porque, se dijeron, el Atleti no celebra ascensos.

El día 20 de Septiembre de 2010, domingo, el Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, debutaba en la liga municipal del distrito de Retiro. Debutaba a las 13.00 contra otro equipo del que nada sabían, salvo que ya había jugado algún año en esa misma competición. Los jugadores, también treintañeros, canosos, fuera de forma y nerviosos, sabían lo que se jugaban.

Cuando terminó el partido anterior prematuramente por una lesión del portero, los nervios se transformaron en pánico. Cuando los jugadores del Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, saltaron al campo a calentar, repararon en que alguien les miraba. Dejaron de estirar y se juntaron cerca del centro del campo para ver cómo, por los accesos al polideportivo de la Chopera, se acercaban cientos, miles de personas vestidas de rojo y blanco.

Señores, niños, bebés, pandillas de adolescentes, familias con sus niños, grupos de jubilados, señoras solas se acercaban al campo. No sabían cómo se habían enterado, pero allí estaban. Había profesores de instituto, catedráticos de sociología, informáticos, parados, taxistas y diplomáticos. Llegaron periodistas, fontaneros, ricos ociosos, pobres de solemnidad. Vino gente de Tarragona, de Asturias, de Canarias y de Cádiz; vinieron alemanes, búlgaros, ecuatorianos y escoceses, quienes llamaban por sus dispositivos móviles audiovisuales a otros de Portugal, Extremadura y Galicia. Vinieron muchos de Valencia, y muchos y muy ruidosos argentinos. Venían de Chamberí, de Carabanchel, de Villaverde, de Arganzuela, y de Retiro, de Getafe, de Alcorcón, de Patones y Segovia. Altos, bajos, melenudos, calvos, fuertes, flojos, ultras, tranquilos, rockandrolleros, hooligans, aficionados a Bukowski, a Tolkien, a Cervantes y a Carlos Fuentes. Socios del Estudiantes, micólogos, novilleros, famosos, músicos, triatletas y celíacos. Llevaban camisetas del Doblete, del Centenario, camisetas Puma, Meyba, Nike y Toft’s. Camisetas rojiblancas, rojas, azules, blanquiazules y amarillas. Según el periódico local, tres mil setecientas personas llenaron las bandas del campo de la Chopera para ver un partido de aficionados fondones. Como suele pasar en estos casos, en realidad fueron más.

Los jugadores del Atlético de Madrid 1903, Club de Socios estaban paralizados cuando el árbitro pitó el inicio del partido. No daban una a derechas, no podían con la responsabilidad. No eran profesionales, no querían fallar a esa multitud vociferante y no sabían si serían capaces. Cuando el extremo derecha se tropezó torpemente y fue a aterrizar contra una señora con bufanda que llevaba dos niños de la mano y que minutos antes había colocado un ramo de rosas rojiblancas junto al corner, ésta le miró con una calma contagiosa y le dijo: “Tranquilo. Y gracias”. Y sonrió. Sonrió también el extremo derecha y volvió al campo con una confianza extrañamente renovada.

Se soltó, jugó mejor, llegó a controlar un balón y forzó un corner. La defensa subió, la delantera tomó posiciones. El extremo derecha golpeó con rosca y el balón describió la trayectoria soñada por cualquier cabeceador. Entre la maraña de cabezas y camisetas surgió potente la figura del portero rival, quien se hizo con el balón con facilidad. Al aterrizar, entre un murmullo de decepción de la hinchada, pronunció estas palabras:

- A ver si nos tranquilizamos y hacemos bien las cosas. Así no le metéis un gol ni al arco-iris y tenemos que subir de categoría por cojones. Sois, somos el Atleti. No lo olvidéis. Así que tranquilos y a divertirse.

A tres minutos del final, el Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, ganaba cómodamente por tres a cero. Las palabras del portero del equipo rival habían tranquilizado a los jugadores. Por alguna extraña conjunción astral todos entendieron en el mismo momento que era mejor esperar al contrario, recuperar el balón y buscar a los extremos. Así habían conseguido tres goles y una fe ilimitada en ellos mismos. Sin saber por qué, el Atlético de Madrid 1903, Club de Socios, jugaba al contraataque. Así llegaron los goles, el creciente aliento de los espectadores, el gusto por jugar, el orgullo por llevar la camiseta.

Y entonces, a tres minutos del final, volvieron a paralizarse. No fue un gol rival, ni una expulsión, ni una entrada escalofriante. Fue un sonido grave, profundo y lejano que se fue haciendo más cercano, más presente y más intenso. Al principio creían que era el ruido que hacía un enorme camión que hacía temblar la tierra, o una de las tuneladoras que empleadas en las recurrentes obras iniciadas por el alcalde. No era eso. Se paralizaron cuando comprendieron que, a tres minutos del final, tres mil setecientas personas según el periódico local, seguramente más, cantaban a voz en grito el himno del Metropolitano. También se quedaron de piedra los jugadores rivales, el árbitro y los que jugaban en los campos vecinos. Se petrificaron los que paseaban por el lago, los que bebían horchata en las terrazas y los que empujaban a sus hijos en los columpios. Se quedaron de piedra también los agentes de movilidad, los libreros de la Cuesta de Moyano y los visitantes del museo del Prado. El único que reaccionó desde su cercana fuente, según cuentan algunos, fue Neptuno. En medio del himno, cuentan, levantó el tridente y lanzó un bramido tal que hizo pararse el reloj de Correos y aterrorizó a los leones de la carroza de la Cibeles, quienes sólo alcanzaron a lanzar dos timidísimos maullidos mininos: el primero fue de miedo; el segundo, de envidia.

Terminado el partido y consumada la victoria, la gente se fue, sonriente y silenciosa, camino de la puerta de la calle Ibiza. Mientras cruzaban el Retiro pensaban en la paradoja que habían vivido: en un equipo nuevo que nacía ya con tradiciones. En el nacimiento de una nueva época que era, no obstante, la recuperación de los viejos tiempos. En lo que iban a disfrutar durante los años siguientes viendo a equipos pequeños en campos malos.

Entretenidos iban en estos pensamientos los que habían asistido al prodigio cuando, espontáneamente y sin decir nada, muchos empezaron a colocarse en una larga cola.

La cola se formaba delante de dos grandes autobuses de donación de sangre.

10 comentarios:

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO dijo...

Gran artículo. El Atleti debe recuperar su historia la cual nos la están robando. Suerte con tu blog. Te añado a los links de mi blog.

abrazos rojiblancos

JefeIndioDeLaReserva dijo...

pedazo de articulo, me pasare a diario a leer lo que escribes. hay que luchar por que esto no sea haga realidad hay que luchar por que el club no desaparezca. luchemos todos juntos. puerta 0,arma nº13 lo que sea. saludos
y espero que ablemos algun dia. te añado a mis webs amigas. pasate por mi blog de vez en cuando

JefeIndioDeLaReserva dijo...

siento ser pesado pero ¿me dejas colgar el articulo en un foro?

miguel diaz dijo...

Jefe Indio,
Te he contestado en tu blog (por cierto, estupendo)
un abrazo
miguel diaz

Sergio Medina dijo...

Hay que aportar cada uno nuestro pequeño granito de arena, pero hay que echar a estos tios de aquí como sea.

Álvaro dijo...

El barrio de la Chopera,curiosamente así se llama el barrio de Guadalajara en el que vivo,casualidades de la vida.
El Atleti lo están matando los directivos y los entrenadores de poca talla que traen cada temporada.Por cierto buen post,te añado en mis links.

Saludos.

Billie dijo...

Cuándo Carlos Fuentes se pone... es mucho Carlos Fuentes. Saludos y mucho ánimo en tu singladura. Cuántos más seamos más ruido haremos.

Anónimo dijo...

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